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LA CIUDAD TARDOANTIGUA
ALBERT V. RIBERA
Servicio de Investigación Arqueológica Municipal. Valencia
Hay que huir del tópico de ciudades arrasadas por los bárbaros, convertidas en campos de ruinas, como el panorama típico para definir un supuesto decrépito mundo urbano de esta época. El
largo periodo tardoantiguo (siglos IV-VIII) no es una etapa sin ciudades, todo lo contrario, pero tampoco hay que buscar en él a las esplendorosas urbes del Imperio Romano, aunque las hubo, como
Constantinopla o Ravenna. Las ciudades de este momento, tantas veces citadas por las fuentes históricas, se regían por otros parámetros, los de su época. Los grupos episcopales y los palacios sustituyen a los foros como centros de poder, varias modestas viviendas, con talleres, basureros, corrales y
huertos, ocupan el espacio de una sola domus romana. Los recintos urbanos se hacen más pequeños,
no solo por el evidente retroceso demográfico, sino por necesidades mínimas de tipo militar que no
cumplían las extensas (o inexistentes) murallas romanas. No se puede hablar de la decadencia de la
ciudad, sino de su evolución para adaptarse a los nuevos tiempos, en los que la figura de un poder
civil autónomo desaparece, sustituido por la nueva centralización del Bajo Imperio y, más tarde, por
el poder religioso, que acaba convirtiendo al obispo en el representante y gobernante de la ciudad,
situación de facto ya reconocida por el emperador Justiniano.
Estos planteamientos generales van siendo ampliamente constatados para toda el área mediterránea. Para la zona valenciana, sin embargo, los datos de que disponemos se reducen prácticamente a la ciudad de Valencia, carencia que en parte se puede suplir por el gran volumen de información que esta ciudad ha proporcionado.
LA ÚLTIMA ÉPOCA DE LAS CIUDADES ROMANAS
Valentia e Ilici sufrieron los efectos de lo que se viene en llamar la crisis del siglo III, manifestados
entre los años 260-280 por destrucciones, incendios y abandonos. Muchas viviendas ya no fueron reparadas, como sucedió en la parte norte de Valentia, abandonándose barrios enteros, dentro del proceso general de reducción del espacio urbano. Otros efectos comunes a Valentia e Ilici serían la colmatación de algunas cloacas.
El primer elemento a destacar en algunas ciudades de este periodo es la perduración de la vida
urbana como tal, siempre dentro de las pautas de la época bajoimperial. Aunque la información arqueológica solo es elocuente para Valentia y, en mucha menor medida, para Ilici, se supone que las
que alcanzaron el rango episcopal, caso de Saetabis y Dianium, debieron mantener siempre la catego-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
ría urbana. En Valentia e Ilici se percibe la continuidad física del antiguo centro público romano y que
el pulso y la imagen de la urbs clásica aun parece estar vivo.
En Valentia la continuidad urbana se manifiesta en la zona del foro y en el viario, que se mantienen en uso varios siglos más. Los síntomas más claros de la recuperación urbana son los nuevos edificios que se levantan y las obras de reparación en los ya existentes. El ejemplo más claro nos lo da
un edificio público de l’Almoina. También se ha detectado una nueva canalización paralela al decumanus maximus. Una nueva zona artesanal surgió al noroeste de la ciudad, cerca del puerto fluvial
romano, que fue el único barrio extramuros al que no se le supone un origen funerario o religioso.
Otro edificio que mantendría su uso original hasta el siglo V fue el circo, no en balde en el siglo IV
creció aun más la afición a esta clase de espectáculos. Su largo muro oriental, de 350 m. de largo y 5
de ancho, pudo ser usado como muralla urbana.
Sólo a partir de finales del siglo V se detectan las primeras grandes transformaciones urbanas, la
reorganización del espacio, el expolio sistemático de algunos edificios romanos y el primer cementerio dentro de la ciudad.
Basílica de Ilici (La Alcudia d’Elx, Alicante).
Este edificio se conocía desde principios
del siglo XX, pero no ha sido hasta hace
poco cuando se ha explicado con claridad. Con anterioridad se había interpretado erroneamente como una sinagoga.
El mosaico también se había prestado a
confusas digresiones, hasta que se ha reconocido en él un fragmento del naufragio de Jonás, tema recurrente en la iconografía cristiana del siglo IV.
Casa con mosaico del
Palmeral (Portus Ilicitanus). [Fot. M.J. Sánchez].
El puerto de Ilici fue
un activo centro comercial de la Antigüedad Tardía, como
demuestran esta gran
casa del siglo IV con
su mosaico y una factoría para elaborar salazones de pescado.
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LA CIUDAD TARDOANTIGUA • ALBERT V. RIBERA
Reconstrucción del centro episcopal de Valentia. [Archivo SIAM].
La excavaciones en el solar de L’Almoina y
en la Cárcel de San Vicente, en pleno centro
de Valencia, han permitido reconstruir como
sería el conjunto episcopal durante la época
visigoda.
LA CRISTIANIZACIÓN
DE LA TOPOGRAFÍA
Los edificios de los foros de Valentia e
Ilici sólo perderían su función original a
partir del siglo V , como los restantes de
Hispania. La inevitable cristianización de
algunos de los espacios públicos ya empezaría a partir de la segunda mitad del siglo
IV . Este proceso seguiría un ritmo lento
pero continuado, como da a entender la
compleja realidad hispana de la primera
mitad del siglo IV, que retratan una sociedad en proceso de cristianización que aún
conserva costumbres arraigadas no sólo en
el paganismo cotidiano sino también en el
oficial. La confusión alcanzaba a los altos
cargos eclesiásticos, que en esta época inicial del cristianismo «legal» llegaban a simultanear, como si tal cosa, sus cargos religiosos con sus prebendas y cargos civiles, que aún conservaban en su desempeño ceremonias y ritos
paganos, difíciles de conciliar con la práctica cristiana.
Ya desde el siglo IV San Vicente fue objeto de especial veneración por la comunidad cristiana universal, como atestiguan las tempranas referencias de Prudencio y San Agustín y las iglesias que
desde muy pronto se le dedicaron en varios lugares. La ciudad que vio su martirio y acogió su
cuerpo santificado poseería edificios notables para albergar los restos mortales de un gran mártir, lo
que en esa época era muy excepcional, servía para acrecentar el prestigio de la ciudad y la convertía
en un centro de atracción de peregrinos.
La situación de los núcleos episcopales en las tramas urbanas romanas no sigue una regla fija, al
depender de muchos condicionantes. Son más normales los casos en que se instalan en la periferia
interna de la ciudad, alejados de los céntricos foros, siendo más corriente que se encuentren junto a
las murallas, como parece suceder con la basílica de Ilici. La motivación de esta excéntrica situación
sería la plena vigencia, en este momento inicial, de las instituciones civiles y religiosas paganas, que
impedirían que en el área forense hubiera espacio para la nueva religión.
Pero tampoco faltan ejemplos de ubicación de los centros episcopales en los alrededores del foro
y del uso de los antiguos edificios romanos como iglesias u otras dependencias eclesiásticas. Se conocen varios foros «cristianizados» en África o en la misma Roma. Para Valencia parece bastante
clara su situación al sur y sudeste del foro romano. La reciente hipótesis sobre la exacta ubicación del
episodio martirial en un edificio del foro que albergaba la supuesta celda, abre toda una serie de es-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Baptisterio de Valentia. L’Almoina. [Archivo SIAM].
Uno de los edificios más emblemáticos y monumentales
de los núcleos episcopales era su baptisterio. El de Valencia acaba de ser identificado en las excavaciones del solar
de l’Almoina. Está construido con grandes sillares romanos y presenta la particularidad de estar situado junto al
ábside de la catedral y no en los pies de la basílica como
suele ser habitual.
clarecedoras posibilidades. Este edificio público, o al menos parte de él, por su especial simbolismo
para la pujante religión cristiana, debió ser muy pronto, dentro aun del siglo IV, adscrito al culto y
convertido en una especie de oratorio o capilla. Su total arrasamiento en el siglo V no llevó aparejada
su reconstrucción, pero muy pronto, tal vez demasiado pronto para lo que suele ser normal, sobre
sus escombros se empezaron a alzar tumbas, pero no por encima del espacio que ocupó la supuesta
celda, sobre la que se excavó un sencillo pozo, sino alrededor de ella. Por lo que parece, a pesar de la
destrucción del edificio, a lo largo del resto del siglo V y del VI, se mantuvo vivo el recuerdo de la
existencia de este lugar tan especial, que pudo estar rematado con algún elemento conmemorativo.
La ubicación en esta misma zona de una gran catedral pudo ser facilitada, además de por la
atracción del lugar martirial, por que hubiera disponibilidad del espacio necesario, una vez que el
foro dejó de cumplir con su función original.
Característica común a los muros construidos en esta época, tanto de los grandes edificios del
área episcopal, como de estas modestas mansiones, es que la mayor parte de las piedras parecen proceder del expolio de paredes de la época romana, lo que da lugar a una técnica constructiva muy
simple y un tanto descuidada, pero no exenta de solidez.
LOS GRUPOS EPISCOPALES: EL NUEVO CENTRO DE PODER URBANO
A la hora de entender lo que fue un grupo episcopal, no tenemos
que pensar en una serie de iglesias y edificios aislados rodeados por
cementerios desordenados, que se extendían caprichosamente, sino
que, más bien al contrario, el área episcopal sería como un gran
barrio perfectamente delimitado, algo abigarrado pero ordenado,
donde residían las jerarquías eclesiásticas más importantes de la
ciudad y de todo su amplio entorno jurisdiccional. El de Valencia ocuparía una superficie mínima de 150 por 100 m. en la
Anagrama de Teudemir. Pla de Nadal (Riba-roja de Túria). [Museo de
Prehistoria de Valencia].
La aparición de esta pieza, junto con un grafito de un antropónimo
muy parecido, permite plantear, con argumentos a considerar, la posibilidad de relacionar este personaje con el Teodomiro de las fuentes
históricas, que, de esta manera, muy bien pudo ser el usuario e, incluso, el constructor de este edificio de tintes palaciegos.
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LA CIUDAD TARDOANTIGUA • ALBERT V. RIBERA
misma zona del Alcázar de la etapa islámica, con lo que habría una perpetuación de las funciones rectoras y religiosas de la ciudad en los mismos lugares. Existía una gran diferencia entre los monumentales edificios de esta zona episcopal, con los más modestos de carácter doméstico que en la misma
época se encuentran en el resto de la ciudad. En sus elementos esenciales, el conjunto que se está empezando a descubrir en Valencia parece encajar bien con modelos del Adriático y de África y Oriente.
Valencia y su territorio disfrutarían de una amplia autonomía bajo el gobierno episcopal de Justiniano en la primera mitad del siglo VI, organizador de un concilio, creador de una importante producción literaria y promotor de una ingente actividad edilicia. La iniciativa episcopal debió ser la
primera y principal en reanimar el tejido urbano y en recuperar la cohesión perdida, convirtiéndose
en el indispensable elemento de la transmisión de la perdurabilidad de la estructura urbana, ahora
ya rehabilitada como centro de poder. Este obispo entra en el grupo de los grandes «obispos-constructores» que destacaron por sus actividades de mecenazgo edilicio, religioso y civil, en sus respectivas sedes. Justiniano, al hacerse cargo de la sede, tuvo que restaurar antiguos templos y construyó
otros nuevos, lo que indica la presencia de varias iglesias.
Del recinto del complejo episcopal valentino conocemos una pequeña pero sustancial parte, lejos
de una visión completa del mismo, pero bastante aproximada, gracias a la investigación arqueológica de los últimos años, tanto por la excavación como por la prospección geofísica, y también por el
análisis de la epigrafía y las fuentes escritas.
La prospección geofísica realizada en la plaza de l’Almoina ha permitido comprobar la existencia
de una gran construcción con ábside poligonal. Sus naves laterales conectarían con sendas capillas,
una cruciforme, la más meridional, con funciones funerarias claras, se interpreta como la iglesia funeraria de un obispo, muy probablemente Justiniano. La septentrional parece corresponder a un
baptisterio. Las referencias biográficas del obispo Justiniano y la coetánea cronología arqueológica
apuntan hacia este prelado como el promotor de la construcción de esta catedral. Es muy posible que
por su especial devoción a San Vicente, se llevara a cabo un traslado de las reliquias del santo desde
la basílica de la Roqueta hasta la catedral, con la dedicación de un altar.
Aún estaba en pie la antigua curia romana, que se mantuvo durante todo el período visigodo y
parte del islámico. Cuando la curia dejó de cumplir su cometido original, a partir del siglo V, se readaptó a diferentes usos, al contrario de lo que ocurre con otros edificios públicos que no corrieron la
misma suerte y sirvieron de cantera de materiales de construcción. La readaptación de la curia va
pareja a la «cristianización» de la topografía urbana, proceso relacionado con la posterior instalación
de un cementerio. Delante de la curia se construyó un monumental pozo hecho con enormes sillares
de piedra. La presencia de un gran pozo es algo normal en los centros episcopales, donde suelen
aparecer en el atrio o en relación con el baptisterio. Al otro lado del cardo maximus, se extendía el antiguo ninfeo, otro de los edificios, junto con la curia, que perduró hasta el periodo islámico.
La restitución que podemos presentar del conjunto de Valencia guarda bastantes semejanzas con
algunos edificios del norte de Italia y la costa dálmata, en los que normalmente se encuentra una capilla cruciforme al lado del ábside de la catedral.
De los restantes núcleos episcopales del País Valenciano poco se sabe. El de Saetabis se localiza en
la ladera del Castell, en la zona de la ermita de S. Feliu, donde han aparecido algunos elementos litúrgicos, como fragmentos de cruz y canceles y una inscripción del obispo Athanasio del siglo VII. De
Dianium tampoco se conoce mucho de esta época, excepción hecha de un mosaico sepulcral y alguna
otra pieza aparecida en el siglo XIX y de las modestas construcciones de las excavaciones prácticamente inéditas del Hort de Morand. De Ilici provienen varias piezas del equipamiento litúrgico,
como mesas de altar, canceles calados y basas de columnas, además de conocerse el emplazamiento
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Interior del monumento funerario conocido como Cárcel de
San Vicente (Valencia). [Archivo SIAM].
La tradición local siempre
asoció esta construcción con
la cárcel en que sufrió martirio San Vicente. Sin embargo, se trata de un mausoleo del siglo VI situado sobre
la Via Augusta. En la cercana excavación de l’Almoina, se ha localizado el
espacio que debió acoger
este episodio martirial.
de dos iglesias. Una, situada en la periferia urbana, es una basílica pavimentada con mosaico, que
parece corresponder a una época tan temprana como el siglo IV, lo que la convierte en el edificio cristiano más antiguo de las tierras valencianas. La otra está en la zona del foro y se construyó sobre un
templo romano. Las recientes excavaciones de los grandes baños romanos de Edeta muestran un
claro ejemplo de cristianización de la topografía, al convertirse parte de las instalaciones termales en
iglesia y, tal vez, en un conjunto monástico, en el que no falta alguna tumba monumental.
LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
Al igual que sucede en la dinámica urbana, la ciudad de los muertos presenta, respecto a la fase
romana clásica, síntomas de continuidad junto a otros de ruptura. La continuidad viene marcada por
la perduración de los antiguos cementerios romanos, como sería, en Valencia, hasta los siglos V o VI,
la necrópolis de la Boatella, de donde procede una lauda sepulcral de mosaico, que evidencia la
transformación del cementerio pagano en cristiano y que llegaron a enterrarse personajes importantes, como él que pudo costear esta lujosa tumba y el monumento funerario al que pertenecería, ya
que este tipo de cubiertas aparecen dentro de iglesias o de monumentos funerarios.
Del entorno rural de Valencia, a lo largo del siglo IV, y siempre al lado de la Vía Augusta, se conocen otras 2 zonas funerarias, de carácter distinto entre sí. La situada hacia el norte es la continuación
de otra del siglo II. Al siglo IV pertenece un mausoleo en el que aparecieron tres sarcófagos de plomo
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LA CIUDAD TARDOANTIGUA • ALBERT V. RIBERA
y algunos restos de ajuar. Debe tratarse del cementerio, probablemente pagano, de una villa cercana.
La necrópolis de la Roqueta, al sur, por el contrario, sería de origen cristiano y confirmaría la tradición que sitúa en este lugar la tumba de San Vicente, que debería estar debajo de la actual iglesia.
Por primera vez en el interior del recinto urbano, al norte de la catedral se extendía, a lo largo del siglo VI, una necrópolis de tradición hispanorromana, cuyas tumbas, muy sencillas, de tejas planas y en
ánfora, se aglutinan sobre el espacio del antiguo edificio que fue testigo del martirio de San Vicente,
arrasado en el siglo V. Otra área cementerial estaba en torno al mausoleo cruciforme, en los cuatro ángulos de la estructura. Son inhumaciones individuales en grandes cistas de piedras, que corresponden con
toda probabilidad a altas jerarquías eclesiásticas o elementos privilegiados de la sociedad
El cementerio episcopal estaría en la propia catedral. A parte de la inhumación del centro del crucero del mausoleo cruciforme, se sospecha que en la nave que da acceso al crucero, pudieron ubicarse sarcófagos en las pequeñas capillas laterales que a modo de arcosolios aparecen en ella. A partir de finales del siglo VI y hasta el VIII, sobre el anterior cementerio, aparecieron nuevas tumbas,
ahora más numerosas, de carácter familiar y formadas por grandes cistas realizadas con sillares y losas de piedra procedentes de construcciones romanas. Esta nueva necrópolis, de la plena fase visigoda, presenta características peculiares que la convierten en un caso único. Coetánea a esta segunda
necrópolis, se edificó una construcción con ábside de herradura, en relación a la cual gira la ordenación de las sepulturas y que cumpliría la función de una memoria del lugar martirial, tal como sucede en un edificio similar del anfiteatro de Tarragona.
LA CIUDAD RURALIZADA
Uno de los tópicos, ciertamente valido para esta época, es la ruralización de la sociedad, entendida
como el traslado de buena parte de la población urbana al campo. Pero otro de los rasgos de esta etapa
es la conversión del espacio urbano, otrora básicamente de representación y residencial, en un lugar dedicado a actividades de subsistencia propias del campo o la periferia, como puede ser el cultivo de pequeños huertos, la cría de animales domésticos o la elaboración de productos artesanales, todas ellas llevadas a cabo fuera de las ciudades en la época romana, tal como sucede con los cementerios.
En relación con estas modestas viviendas, tanto fuera como dentro de los recinto de esta época,
destaca la presencia de silos de sencilla construcción, excavados en la tierra y con la base recubierta
de cantos rodados. En muchos casos se inutilizan con escombros después de un corto periodo de utilización. En una época tan castigada por las hambrunas, como los siglos VI y VII, se explica esta proliferación de lugares para guardar el grano, sin olvidar el papel centralizador y fiscalizador de la autoridad, en este caso el obispo, que controlaba la actividad económica y los suministros de su diócesis.
También podrían ser pequeños almacenes familiares, ligados a la vuelta a la manipulación directa del
grano por los usuarios, al desaparecer los grandes molinos y las panaderías.
Otra característica ineludible del paisaje urbano de este periodo son la abundancia de grandes y
pequeñas fosas usadas como vertederos y que en origen también se pudieron formar por el expolio
de materiales de construcción. En algunos casos, sus dimensiones fueron considerables.
Al tratar el degradado panorama urbano de este momento, no hay que olvidar el auge que tomaron las construcciones en madera, difíciles pero no imposibles de detectar y que ahora surgen hasta
en los centros de los antiguos núcleos urbanos, que en muchos casos aparecen ocupados por los agujeros de los postes de las cabañas, fenómeno que encontramos desde Italia al norte de Africa. En Valencia aparecen sobre el pavimento del antiguo ninfeo. Otro grupo de posibles cabañas tardoantiguas se ha podido constatar en la periferia sudeste, en un lugar muy cercano a un canal fluvial.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
EPÍLOGO: LA INVASIÓN ISLÁMICA
La llegada de los musulmanes a inicios del siglo VIII no supuso, en un principio, un cambio radical en el panorama urbano del País Valenciano. Más bien al contrario, ya que los nuevos invasores
pactaron con el dignatario visigodo Teodomiro, que gobernaba estas tierras, la concesión de una
considerable autonomía en un territorio que comprendía parte de las actuales provincias de Alicante, Murcia y Albacete, incluyendo, según los textos árabes, las ciudades de Urîûla (Orihuela), que
sería la principal, Lqnt (Alicante), Iyih (Tolmo de Minateda, Hellín), Ils (Ilici), Lûrqa (Lorca), Bqsra
(Begastri, Cehegin), Mûla (Mula) y una misteriosa Blntla, que podría ser la misma Valencia, hipótesis
que se ha reforzado tras la aparición en el Pla de Nadal de Ribaroja de un anagrama en el que se lee
sin ningún problema Tebdemir. Gracias a este pacto, en una amplia zona del sudeste peninsular perduró durante casi más de medio siglo el modo de vida visigodo. Las ciudades, aunque no fueran sedes episcopales, eran bastante frecuentes en esta época tan avanzada, ya que servían como punto de
referencia a la hora de definir un territorio. Los indicios arqueológicos de esta época serían, además
del palacio de Pla de Nadal, algunas tumbas del cementerio episcopal de Valencia y el nivel superior
de l’Alcudia de Elche, además de los recientes hallazgos del Tolmo de Minateda (Hellín), el Cerro de
la Almagra (Mula) y Begastri (Cehegín) en las provincias de Albacete y Murcia.
Sólo a partir de la mitad del siglo VIII empezaría la instalación de contingentes árabes en el sur
del territorio valenciano y de beréberes en el centro y norte, iniciándose un lento pero continuado
proceso de islamización y arabización de la sociedad y, por ende, de las ciudades.
La arqueología urbana valenciana para los siglos VIII y parte del IX es prácticamente muda y no
permite, de momento, seguir los pasos de este periodo de transición hacia la ciudad islámica, en el
que, a grandes rasgos, sabemos que Valencia perdería su anterior importancia, Ilici fue trasladada
desde su ancestral ubicación en l’Alcudia a la que ocupa actualmente Elche, Saguntum consumaría
su retroceso urbano perdiendo su ancestral topónimo, conociéndose como Murbiter (contracción de
muros viejos) precedente del actual Morvedre, mientras que Saetabis se convirtió momentáneamente
en el principal centro urbano de la zona.
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ALBERT V. RIBERA
Servicio de Investigación Arqueológica Municipal. Valencia
Hay que huir del tópico de ciudades arrasadas por los bárbaros, convertidas en campos de ruinas, como el panorama típico para definir un supuesto decrépito mundo urbano de esta época. El
largo periodo tardoantiguo (siglos IV-VIII) no es una etapa sin ciudades, todo lo contrario, pero tampoco hay que buscar en él a las esplendorosas urbes del Imperio Romano, aunque las hubo, como
Constantinopla o Ravenna. Las ciudades de este momento, tantas veces citadas por las fuentes históricas, se regían por otros parámetros, los de su época. Los grupos episcopales y los palacios sustituyen a los foros como centros de poder, varias modestas viviendas, con talleres, basureros, corrales y
huertos, ocupan el espacio de una sola domus romana. Los recintos urbanos se hacen más pequeños,
no solo por el evidente retroceso demográfico, sino por necesidades mínimas de tipo militar que no
cumplían las extensas (o inexistentes) murallas romanas. No se puede hablar de la decadencia de la
ciudad, sino de su evolución para adaptarse a los nuevos tiempos, en los que la figura de un poder
civil autónomo desaparece, sustituido por la nueva centralización del Bajo Imperio y, más tarde, por
el poder religioso, que acaba convirtiendo al obispo en el representante y gobernante de la ciudad,
situación de facto ya reconocida por el emperador Justiniano.
Estos planteamientos generales van siendo ampliamente constatados para toda el área mediterránea. Para la zona valenciana, sin embargo, los datos de que disponemos se reducen prácticamente a la ciudad de Valencia, carencia que en parte se puede suplir por el gran volumen de información que esta ciudad ha proporcionado.
LA ÚLTIMA ÉPOCA DE LAS CIUDADES ROMANAS
Valentia e Ilici sufrieron los efectos de lo que se viene en llamar la crisis del siglo III, manifestados
entre los años 260-280 por destrucciones, incendios y abandonos. Muchas viviendas ya no fueron reparadas, como sucedió en la parte norte de Valentia, abandonándose barrios enteros, dentro del proceso general de reducción del espacio urbano. Otros efectos comunes a Valentia e Ilici serían la colmatación de algunas cloacas.
El primer elemento a destacar en algunas ciudades de este periodo es la perduración de la vida
urbana como tal, siempre dentro de las pautas de la época bajoimperial. Aunque la información arqueológica solo es elocuente para Valentia y, en mucha menor medida, para Ilici, se supone que las
que alcanzaron el rango episcopal, caso de Saetabis y Dianium, debieron mantener siempre la catego-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
ría urbana. En Valentia e Ilici se percibe la continuidad física del antiguo centro público romano y que
el pulso y la imagen de la urbs clásica aun parece estar vivo.
En Valentia la continuidad urbana se manifiesta en la zona del foro y en el viario, que se mantienen en uso varios siglos más. Los síntomas más claros de la recuperación urbana son los nuevos edificios que se levantan y las obras de reparación en los ya existentes. El ejemplo más claro nos lo da
un edificio público de l’Almoina. También se ha detectado una nueva canalización paralela al decumanus maximus. Una nueva zona artesanal surgió al noroeste de la ciudad, cerca del puerto fluvial
romano, que fue el único barrio extramuros al que no se le supone un origen funerario o religioso.
Otro edificio que mantendría su uso original hasta el siglo V fue el circo, no en balde en el siglo IV
creció aun más la afición a esta clase de espectáculos. Su largo muro oriental, de 350 m. de largo y 5
de ancho, pudo ser usado como muralla urbana.
Sólo a partir de finales del siglo V se detectan las primeras grandes transformaciones urbanas, la
reorganización del espacio, el expolio sistemático de algunos edificios romanos y el primer cementerio dentro de la ciudad.
Basílica de Ilici (La Alcudia d’Elx, Alicante).
Este edificio se conocía desde principios
del siglo XX, pero no ha sido hasta hace
poco cuando se ha explicado con claridad. Con anterioridad se había interpretado erroneamente como una sinagoga.
El mosaico también se había prestado a
confusas digresiones, hasta que se ha reconocido en él un fragmento del naufragio de Jonás, tema recurrente en la iconografía cristiana del siglo IV.
Casa con mosaico del
Palmeral (Portus Ilicitanus). [Fot. M.J. Sánchez].
El puerto de Ilici fue
un activo centro comercial de la Antigüedad Tardía, como
demuestran esta gran
casa del siglo IV con
su mosaico y una factoría para elaborar salazones de pescado.
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Reconstrucción del centro episcopal de Valentia. [Archivo SIAM].
La excavaciones en el solar de L’Almoina y
en la Cárcel de San Vicente, en pleno centro
de Valencia, han permitido reconstruir como
sería el conjunto episcopal durante la época
visigoda.
LA CRISTIANIZACIÓN
DE LA TOPOGRAFÍA
Los edificios de los foros de Valentia e
Ilici sólo perderían su función original a
partir del siglo V , como los restantes de
Hispania. La inevitable cristianización de
algunos de los espacios públicos ya empezaría a partir de la segunda mitad del siglo
IV . Este proceso seguiría un ritmo lento
pero continuado, como da a entender la
compleja realidad hispana de la primera
mitad del siglo IV, que retratan una sociedad en proceso de cristianización que aún
conserva costumbres arraigadas no sólo en
el paganismo cotidiano sino también en el
oficial. La confusión alcanzaba a los altos
cargos eclesiásticos, que en esta época inicial del cristianismo «legal» llegaban a simultanear, como si tal cosa, sus cargos religiosos con sus prebendas y cargos civiles, que aún conservaban en su desempeño ceremonias y ritos
paganos, difíciles de conciliar con la práctica cristiana.
Ya desde el siglo IV San Vicente fue objeto de especial veneración por la comunidad cristiana universal, como atestiguan las tempranas referencias de Prudencio y San Agustín y las iglesias que
desde muy pronto se le dedicaron en varios lugares. La ciudad que vio su martirio y acogió su
cuerpo santificado poseería edificios notables para albergar los restos mortales de un gran mártir, lo
que en esa época era muy excepcional, servía para acrecentar el prestigio de la ciudad y la convertía
en un centro de atracción de peregrinos.
La situación de los núcleos episcopales en las tramas urbanas romanas no sigue una regla fija, al
depender de muchos condicionantes. Son más normales los casos en que se instalan en la periferia
interna de la ciudad, alejados de los céntricos foros, siendo más corriente que se encuentren junto a
las murallas, como parece suceder con la basílica de Ilici. La motivación de esta excéntrica situación
sería la plena vigencia, en este momento inicial, de las instituciones civiles y religiosas paganas, que
impedirían que en el área forense hubiera espacio para la nueva religión.
Pero tampoco faltan ejemplos de ubicación de los centros episcopales en los alrededores del foro
y del uso de los antiguos edificios romanos como iglesias u otras dependencias eclesiásticas. Se conocen varios foros «cristianizados» en África o en la misma Roma. Para Valencia parece bastante
clara su situación al sur y sudeste del foro romano. La reciente hipótesis sobre la exacta ubicación del
episodio martirial en un edificio del foro que albergaba la supuesta celda, abre toda una serie de es-
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Baptisterio de Valentia. L’Almoina. [Archivo SIAM].
Uno de los edificios más emblemáticos y monumentales
de los núcleos episcopales era su baptisterio. El de Valencia acaba de ser identificado en las excavaciones del solar
de l’Almoina. Está construido con grandes sillares romanos y presenta la particularidad de estar situado junto al
ábside de la catedral y no en los pies de la basílica como
suele ser habitual.
clarecedoras posibilidades. Este edificio público, o al menos parte de él, por su especial simbolismo
para la pujante religión cristiana, debió ser muy pronto, dentro aun del siglo IV, adscrito al culto y
convertido en una especie de oratorio o capilla. Su total arrasamiento en el siglo V no llevó aparejada
su reconstrucción, pero muy pronto, tal vez demasiado pronto para lo que suele ser normal, sobre
sus escombros se empezaron a alzar tumbas, pero no por encima del espacio que ocupó la supuesta
celda, sobre la que se excavó un sencillo pozo, sino alrededor de ella. Por lo que parece, a pesar de la
destrucción del edificio, a lo largo del resto del siglo V y del VI, se mantuvo vivo el recuerdo de la
existencia de este lugar tan especial, que pudo estar rematado con algún elemento conmemorativo.
La ubicación en esta misma zona de una gran catedral pudo ser facilitada, además de por la
atracción del lugar martirial, por que hubiera disponibilidad del espacio necesario, una vez que el
foro dejó de cumplir con su función original.
Característica común a los muros construidos en esta época, tanto de los grandes edificios del
área episcopal, como de estas modestas mansiones, es que la mayor parte de las piedras parecen proceder del expolio de paredes de la época romana, lo que da lugar a una técnica constructiva muy
simple y un tanto descuidada, pero no exenta de solidez.
LOS GRUPOS EPISCOPALES: EL NUEVO CENTRO DE PODER URBANO
A la hora de entender lo que fue un grupo episcopal, no tenemos
que pensar en una serie de iglesias y edificios aislados rodeados por
cementerios desordenados, que se extendían caprichosamente, sino
que, más bien al contrario, el área episcopal sería como un gran
barrio perfectamente delimitado, algo abigarrado pero ordenado,
donde residían las jerarquías eclesiásticas más importantes de la
ciudad y de todo su amplio entorno jurisdiccional. El de Valencia ocuparía una superficie mínima de 150 por 100 m. en la
Anagrama de Teudemir. Pla de Nadal (Riba-roja de Túria). [Museo de
Prehistoria de Valencia].
La aparición de esta pieza, junto con un grafito de un antropónimo
muy parecido, permite plantear, con argumentos a considerar, la posibilidad de relacionar este personaje con el Teodomiro de las fuentes
históricas, que, de esta manera, muy bien pudo ser el usuario e, incluso, el constructor de este edificio de tintes palaciegos.
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LA CIUDAD TARDOANTIGUA • ALBERT V. RIBERA
misma zona del Alcázar de la etapa islámica, con lo que habría una perpetuación de las funciones rectoras y religiosas de la ciudad en los mismos lugares. Existía una gran diferencia entre los monumentales edificios de esta zona episcopal, con los más modestos de carácter doméstico que en la misma
época se encuentran en el resto de la ciudad. En sus elementos esenciales, el conjunto que se está empezando a descubrir en Valencia parece encajar bien con modelos del Adriático y de África y Oriente.
Valencia y su territorio disfrutarían de una amplia autonomía bajo el gobierno episcopal de Justiniano en la primera mitad del siglo VI, organizador de un concilio, creador de una importante producción literaria y promotor de una ingente actividad edilicia. La iniciativa episcopal debió ser la
primera y principal en reanimar el tejido urbano y en recuperar la cohesión perdida, convirtiéndose
en el indispensable elemento de la transmisión de la perdurabilidad de la estructura urbana, ahora
ya rehabilitada como centro de poder. Este obispo entra en el grupo de los grandes «obispos-constructores» que destacaron por sus actividades de mecenazgo edilicio, religioso y civil, en sus respectivas sedes. Justiniano, al hacerse cargo de la sede, tuvo que restaurar antiguos templos y construyó
otros nuevos, lo que indica la presencia de varias iglesias.
Del recinto del complejo episcopal valentino conocemos una pequeña pero sustancial parte, lejos
de una visión completa del mismo, pero bastante aproximada, gracias a la investigación arqueológica de los últimos años, tanto por la excavación como por la prospección geofísica, y también por el
análisis de la epigrafía y las fuentes escritas.
La prospección geofísica realizada en la plaza de l’Almoina ha permitido comprobar la existencia
de una gran construcción con ábside poligonal. Sus naves laterales conectarían con sendas capillas,
una cruciforme, la más meridional, con funciones funerarias claras, se interpreta como la iglesia funeraria de un obispo, muy probablemente Justiniano. La septentrional parece corresponder a un
baptisterio. Las referencias biográficas del obispo Justiniano y la coetánea cronología arqueológica
apuntan hacia este prelado como el promotor de la construcción de esta catedral. Es muy posible que
por su especial devoción a San Vicente, se llevara a cabo un traslado de las reliquias del santo desde
la basílica de la Roqueta hasta la catedral, con la dedicación de un altar.
Aún estaba en pie la antigua curia romana, que se mantuvo durante todo el período visigodo y
parte del islámico. Cuando la curia dejó de cumplir su cometido original, a partir del siglo V, se readaptó a diferentes usos, al contrario de lo que ocurre con otros edificios públicos que no corrieron la
misma suerte y sirvieron de cantera de materiales de construcción. La readaptación de la curia va
pareja a la «cristianización» de la topografía urbana, proceso relacionado con la posterior instalación
de un cementerio. Delante de la curia se construyó un monumental pozo hecho con enormes sillares
de piedra. La presencia de un gran pozo es algo normal en los centros episcopales, donde suelen
aparecer en el atrio o en relación con el baptisterio. Al otro lado del cardo maximus, se extendía el antiguo ninfeo, otro de los edificios, junto con la curia, que perduró hasta el periodo islámico.
La restitución que podemos presentar del conjunto de Valencia guarda bastantes semejanzas con
algunos edificios del norte de Italia y la costa dálmata, en los que normalmente se encuentra una capilla cruciforme al lado del ábside de la catedral.
De los restantes núcleos episcopales del País Valenciano poco se sabe. El de Saetabis se localiza en
la ladera del Castell, en la zona de la ermita de S. Feliu, donde han aparecido algunos elementos litúrgicos, como fragmentos de cruz y canceles y una inscripción del obispo Athanasio del siglo VII. De
Dianium tampoco se conoce mucho de esta época, excepción hecha de un mosaico sepulcral y alguna
otra pieza aparecida en el siglo XIX y de las modestas construcciones de las excavaciones prácticamente inéditas del Hort de Morand. De Ilici provienen varias piezas del equipamiento litúrgico,
como mesas de altar, canceles calados y basas de columnas, además de conocerse el emplazamiento
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Interior del monumento funerario conocido como Cárcel de
San Vicente (Valencia). [Archivo SIAM].
La tradición local siempre
asoció esta construcción con
la cárcel en que sufrió martirio San Vicente. Sin embargo, se trata de un mausoleo del siglo VI situado sobre
la Via Augusta. En la cercana excavación de l’Almoina, se ha localizado el
espacio que debió acoger
este episodio martirial.
de dos iglesias. Una, situada en la periferia urbana, es una basílica pavimentada con mosaico, que
parece corresponder a una época tan temprana como el siglo IV, lo que la convierte en el edificio cristiano más antiguo de las tierras valencianas. La otra está en la zona del foro y se construyó sobre un
templo romano. Las recientes excavaciones de los grandes baños romanos de Edeta muestran un
claro ejemplo de cristianización de la topografía, al convertirse parte de las instalaciones termales en
iglesia y, tal vez, en un conjunto monástico, en el que no falta alguna tumba monumental.
LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
Al igual que sucede en la dinámica urbana, la ciudad de los muertos presenta, respecto a la fase
romana clásica, síntomas de continuidad junto a otros de ruptura. La continuidad viene marcada por
la perduración de los antiguos cementerios romanos, como sería, en Valencia, hasta los siglos V o VI,
la necrópolis de la Boatella, de donde procede una lauda sepulcral de mosaico, que evidencia la
transformación del cementerio pagano en cristiano y que llegaron a enterrarse personajes importantes, como él que pudo costear esta lujosa tumba y el monumento funerario al que pertenecería, ya
que este tipo de cubiertas aparecen dentro de iglesias o de monumentos funerarios.
Del entorno rural de Valencia, a lo largo del siglo IV, y siempre al lado de la Vía Augusta, se conocen otras 2 zonas funerarias, de carácter distinto entre sí. La situada hacia el norte es la continuación
de otra del siglo II. Al siglo IV pertenece un mausoleo en el que aparecieron tres sarcófagos de plomo
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LA CIUDAD TARDOANTIGUA • ALBERT V. RIBERA
y algunos restos de ajuar. Debe tratarse del cementerio, probablemente pagano, de una villa cercana.
La necrópolis de la Roqueta, al sur, por el contrario, sería de origen cristiano y confirmaría la tradición que sitúa en este lugar la tumba de San Vicente, que debería estar debajo de la actual iglesia.
Por primera vez en el interior del recinto urbano, al norte de la catedral se extendía, a lo largo del siglo VI, una necrópolis de tradición hispanorromana, cuyas tumbas, muy sencillas, de tejas planas y en
ánfora, se aglutinan sobre el espacio del antiguo edificio que fue testigo del martirio de San Vicente,
arrasado en el siglo V. Otra área cementerial estaba en torno al mausoleo cruciforme, en los cuatro ángulos de la estructura. Son inhumaciones individuales en grandes cistas de piedras, que corresponden con
toda probabilidad a altas jerarquías eclesiásticas o elementos privilegiados de la sociedad
El cementerio episcopal estaría en la propia catedral. A parte de la inhumación del centro del crucero del mausoleo cruciforme, se sospecha que en la nave que da acceso al crucero, pudieron ubicarse sarcófagos en las pequeñas capillas laterales que a modo de arcosolios aparecen en ella. A partir de finales del siglo VI y hasta el VIII, sobre el anterior cementerio, aparecieron nuevas tumbas,
ahora más numerosas, de carácter familiar y formadas por grandes cistas realizadas con sillares y losas de piedra procedentes de construcciones romanas. Esta nueva necrópolis, de la plena fase visigoda, presenta características peculiares que la convierten en un caso único. Coetánea a esta segunda
necrópolis, se edificó una construcción con ábside de herradura, en relación a la cual gira la ordenación de las sepulturas y que cumpliría la función de una memoria del lugar martirial, tal como sucede en un edificio similar del anfiteatro de Tarragona.
LA CIUDAD RURALIZADA
Uno de los tópicos, ciertamente valido para esta época, es la ruralización de la sociedad, entendida
como el traslado de buena parte de la población urbana al campo. Pero otro de los rasgos de esta etapa
es la conversión del espacio urbano, otrora básicamente de representación y residencial, en un lugar dedicado a actividades de subsistencia propias del campo o la periferia, como puede ser el cultivo de pequeños huertos, la cría de animales domésticos o la elaboración de productos artesanales, todas ellas llevadas a cabo fuera de las ciudades en la época romana, tal como sucede con los cementerios.
En relación con estas modestas viviendas, tanto fuera como dentro de los recinto de esta época,
destaca la presencia de silos de sencilla construcción, excavados en la tierra y con la base recubierta
de cantos rodados. En muchos casos se inutilizan con escombros después de un corto periodo de utilización. En una época tan castigada por las hambrunas, como los siglos VI y VII, se explica esta proliferación de lugares para guardar el grano, sin olvidar el papel centralizador y fiscalizador de la autoridad, en este caso el obispo, que controlaba la actividad económica y los suministros de su diócesis.
También podrían ser pequeños almacenes familiares, ligados a la vuelta a la manipulación directa del
grano por los usuarios, al desaparecer los grandes molinos y las panaderías.
Otra característica ineludible del paisaje urbano de este periodo son la abundancia de grandes y
pequeñas fosas usadas como vertederos y que en origen también se pudieron formar por el expolio
de materiales de construcción. En algunos casos, sus dimensiones fueron considerables.
Al tratar el degradado panorama urbano de este momento, no hay que olvidar el auge que tomaron las construcciones en madera, difíciles pero no imposibles de detectar y que ahora surgen hasta
en los centros de los antiguos núcleos urbanos, que en muchos casos aparecen ocupados por los agujeros de los postes de las cabañas, fenómeno que encontramos desde Italia al norte de Africa. En Valencia aparecen sobre el pavimento del antiguo ninfeo. Otro grupo de posibles cabañas tardoantiguas se ha podido constatar en la periferia sudeste, en un lugar muy cercano a un canal fluvial.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
EPÍLOGO: LA INVASIÓN ISLÁMICA
La llegada de los musulmanes a inicios del siglo VIII no supuso, en un principio, un cambio radical en el panorama urbano del País Valenciano. Más bien al contrario, ya que los nuevos invasores
pactaron con el dignatario visigodo Teodomiro, que gobernaba estas tierras, la concesión de una
considerable autonomía en un territorio que comprendía parte de las actuales provincias de Alicante, Murcia y Albacete, incluyendo, según los textos árabes, las ciudades de Urîûla (Orihuela), que
sería la principal, Lqnt (Alicante), Iyih (Tolmo de Minateda, Hellín), Ils (Ilici), Lûrqa (Lorca), Bqsra
(Begastri, Cehegin), Mûla (Mula) y una misteriosa Blntla, que podría ser la misma Valencia, hipótesis
que se ha reforzado tras la aparición en el Pla de Nadal de Ribaroja de un anagrama en el que se lee
sin ningún problema Tebdemir. Gracias a este pacto, en una amplia zona del sudeste peninsular perduró durante casi más de medio siglo el modo de vida visigodo. Las ciudades, aunque no fueran sedes episcopales, eran bastante frecuentes en esta época tan avanzada, ya que servían como punto de
referencia a la hora de definir un territorio. Los indicios arqueológicos de esta época serían, además
del palacio de Pla de Nadal, algunas tumbas del cementerio episcopal de Valencia y el nivel superior
de l’Alcudia de Elche, además de los recientes hallazgos del Tolmo de Minateda (Hellín), el Cerro de
la Almagra (Mula) y Begastri (Cehegín) en las provincias de Albacete y Murcia.
Sólo a partir de la mitad del siglo VIII empezaría la instalación de contingentes árabes en el sur
del territorio valenciano y de beréberes en el centro y norte, iniciándose un lento pero continuado
proceso de islamización y arabización de la sociedad y, por ende, de las ciudades.
La arqueología urbana valenciana para los siglos VIII y parte del IX es prácticamente muda y no
permite, de momento, seguir los pasos de este periodo de transición hacia la ciudad islámica, en el
que, a grandes rasgos, sabemos que Valencia perdería su anterior importancia, Ilici fue trasladada
desde su ancestral ubicación en l’Alcudia a la que ocupa actualmente Elche, Saguntum consumaría
su retroceso urbano perdiendo su ancestral topónimo, conociéndose como Murbiter (contracción de
muros viejos) precedente del actual Morvedre, mientras que Saetabis se convirtió momentáneamente
en el principal centro urbano de la zona.
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