El final del mundo romano y el periodo visigodo (siglos IV-VIII)
Albert Ribera Lacomba
Miquel Rosselló Mesquida
2003
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO
Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII)
ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
Servicio de Investigación Arqueológica Municipal. Valencia
LOS SIGLOS IV-V: EL FINAL DEL IMPERIO ROMANO
Al igual que para las etapas anteriores, son muy escasas las fuentes históricas, por lo que hay que
recurrir a un marco genérico para describir este momento. El paso del Alto al Bajo imperio romano
viene marcado por el debate histórico-arqueológico en torno a la llamada crisis del siglo III, largo periodo convulsivo cerrado por las reformas de Diocleciano y Constantino, que configuraron una organización política, social, económica y religiosa muy distinta a la del mundo romano clásico. Otro
paso de este proceso será la reorganización territorial plasmada en la nueva división provincial de
Diocleciano, por la que parte del País Valenciano se segregó de la Tarraconense y pasó a la nueva
provincia Cartaginense. Los antiguos territorios de los contestanos y edetanos se adscribieron a Cartagena, mientras él de los ilergavones dependió de Tarragona. Estos límites provinciales se mantendrán a lo largo del periodo tardoantiguo.
El único hecho histórico que conocemos para el siglo IV es el martirio de San Vicente, lo que indicaría que a principios del siglo IV Valentia debió ser un importante centro administrativo, como también dejan de manifiesto los hallazgos arqueológicos. En el territorio valenciano, pues, solo se dispone de la arqueología para conocer los avatares de esta etapa cambiante, aunque son muy pocos los
lugares que proporcionan información destacable. En Valentia e Ilici se vienen detectando reiterados
episodios destructivos similares. En otros núcleos urbanos, caso de Edeta y Saguntum, la escasez de
datos arqueológicos con posterioridad al siglo III, habla de la crisis urbana que se produjo a fines del
siglo III. La abundancia de ocultaciones monetarias entre los años 260-280 es un buen indicador de la
extensión de esta inestabilidad.
Valentia e Ilici no tardaron mucho en superar esta fase convulsiva. La arqueología ha demostrado
en ambas la rápida recuperación de la vida urbana tras la indudable debacle del siglo III. Sin embargo, no se produjo una mera reconstrucción de la dañada ciudad, sino que en la nueva Valentia
que surgió, encontramos tanto elementos de continuidad como de ruptura con respecto a la anterior.
Una temprana prueba sería la presencia en la ciudad del legatus iuridicus de la Tarraconensis, Allius
Maximus, que en el año 281 le dedica una inscripción al emperador Probo en el foro de Valentia. Este
personaje, el último que conocemos de la Valencia romana, pudo estar en relación con la inmediata
recuperación del pulso de la vida urbana, después del funesto periodo de los años 270-280. Pero esta
inscripción también enlazaría con el proceso de mayor control del poder central y la consiguiente
pérdida de poder y autonomía de las ciudades, rasgo característico de este periodo. La epigrafía sa-
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Niveles tardíos del Grau Vell de Sagunt. [Fot. I. Caruana].
Durante los siglos IV y V florecieron varios establecimientos portuarios del litoral valenciano, como el Grau Vell de Sagunt, el Portus Sucronensis, bajo la actual Cullera, y el Portus Illicitanus, en Santa Pola.
guntina aun registra una dedicación al emperador Carino en el 283, la última que se conoce en esta
ciudad. Aunque hay muy poca información de la Saguntum de los siglos IV-V, llegándose a dudar de
su continuidad como sede urbana, las excavaciones en su puerto marítimo, el Grau Vell, manifiestan
una continua actividad edilicia y comercial durante el siglo IV y parte del V.
Saetabis y Dianium son parcas en noticias para esta época, pero su aparición en la etapa visigoda
como centros episcopales sugeriría su perduración a lo largo de estos siglos. Por el contrario, el silencio arqueológico e histórico que se cierne sobre Lesera, Edeta o Lucentum, permite suponer su desaparición o su conversión en pequeños núcleos rurales adscritos al territorio de otra ciudad. La arqueología ilicitana, con su basílica, erróneamente identificada con una sinagoga, también demuestra la
continuidad de la ciudad, que junto al Portus Ilicitanus, constituye una de las zonas más dinámicas
de esta época.
Coincidiendo, no casualmente, con la reducción del tamaño o la desaparición de las anteriores
ciudades romanas, se asiste al desarrollo de grandes villas rurales, por parte de las anteriores elites
urbana, poco dispuestas ahora a subvencionar los gastos públicos. Una buena muestra de estas residencias bajoimperiales la tenemos en «Els Banyets de la Reina» de Calp, en el Albir (Alfas del Pí) o la
Torre de Xauxelles (la Vila Joiosa).
Pero si del siglo IV sólo conocemos el dato histórico del martirio de San Vicente, para todo el País
Valenciano, con excepción del ataque vándalo al Portus Ilicitanus, no tenemos ninguna referencia histórica ni epigráfica del siglo V. No disponemos de información de temas tan importantes como del momento de la instauración de las sedes episcopales, que tuvo lugar en esta etapa, o de las destrucciones
a manos de los bárbaros, que a partir del 409 atravesaron los Pirineos y durante varios años se dedicaron a saquear Hispania, ..urbes incendunt.. dicen las fuentes al referirse a estos trágicos hechos. La provincia Tarraconense, especialmente su parte litoral, estuvo más o menos a salvo de estas correrías y se
consiguió mantener en manos del Imperio de Occidente casi hasta su final, siendo solo hacia los años
472-473 ocupada por los visigodos del rey Eurico. Entre el 410 y el 420 existen numerosos testimonios
de la huida de muchos hispanos de las clases acomodadas, especialmente al norte de África.
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El Imperio, muy ocupado con las invasiones en Italia y luego por los hunos de Atila, no pudo
prestar mucha atención a Hispania. Los vándalos se acabaron instalando en Karthago y se convirtieron en la potencia marítima preponderante del Mediterráneo occidental, saqueando Roma en el 455
y dominando Córcega, Cerdeña, Sicilia y las Baleares. Se conoce el ataque que la flota vándala llevó
a cabo en el año 460 contra la escuadra imperial surta en el Portus Illicitanus (Santa Pola), de resultas
del cual fueron destruidos los navíos romanos y destituido el mismo emperador Mayoriano, que
precisamente anduvo por estas tierras reuniendo un ejercito para atacar a los vándalos, que acabaron por anticiparse a sus intenciones. Este incidente refleja que la zona litoral hispana permaneció
bajo dominio romano casi hasta el final del Imperio de Occidente.
A pesar de todos estos episodios bélicos, los hallazgos arqueológicos manifiestan cierta continuidad de las relaciones comerciales con el norte de África y el Oriente Mediterráneo, que sólo se restablecieron plenamente a partir de las ultimas décadas del siglo V y se mantuvieron durante el VI y
parte del VII.
Los datos arqueológicos del siglo V son eminentemente destructivos. Sería el caso de dos edificios públicos y un pozo de Valentia, que fueron arrasados en la primera mitad del siglo V por un incendio. En uno se encontró un pequeño tesoro de 88 monedas de bronce, las más modernas de los
emperadores Arcadio (402-408) y Honorio (410-423). El circo de Valentia presenta indicios del abandono de su actividad original, lo que coincide con las fuentes, que se refieren a que hacia el 445 en la
mayor parte de las ciudades de Hispania
habían cesado los juegos de circo y teatro.
Aún hay alguna aislada referencia a la
reinstalación de estas actividades lúdicas
en el siglo VI, en concreto en Caesaraugusta
y a principios del siglo VII, cuando el rey
visigodo Sisebuto reprendió al obispo de
Tarragona por su desmedida afición a las
representaciones teatrales y a los juegos
con animales, pero éstas serían ya las excepciones que confirman la regla.
En otros yacimientos también se constatan episodios coetáneos similares, como
el Grau Vell, el puerto de Saguntum, que
acaba sus días en la primera mitad del siglo V, como atestiguan las monedas y las
cerámicas de su momento final. En Ilici
también se ha encontrado una ocultación
numismática y de joyas de los primeros
años del siglo V, con 3 monedas de oro, asimismo de Honorio y Arcadio, que se han
relacionado con el paso de los bárbaros. A
lo largo de toda Hispania, las numerosísiLa villa de Banys de la Reina (Calp, Alicante).
[Fot. J.M. Abascal – R. Cebrián].
El Bajo Imperio fue una época de auge de las
grandes residencias y factorías rurales, como la
recientemente excavada en el litoral de Calp.
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mas ocultaciones de monedas de inicios del siglo V
son la mejor prueba de la gran inseguridad existente
en este periodo.
Empiezan a haber indicios claros que el País Valenciano sufrió algún episodio destructivo a lo largo
del siglo V, sin que se pueda precisar aún ni el momento exacto ni, por consiguiente, la causa concreta
de esta catástrofe.
LOS INICIOS DEL DOMINIO VISIGODO
La expedición de los visigodos del rey Eurico en el
472, asentados en el sur de Francia y enfrentados a lo
que quedaba del poder romano, acabó con la sumisión
Pendiente procedente de Els Charcons (Montserrat,
de las últimas posesiones hispanas del agonizante ImValencia). Siglos VI-VII. [Museo de Prehistoria de Valencia].
perio romano de Occidente. Solo hubo cierta resistencia
entre los aristócratas romanos de Tarraco y Dertosa. El
Imperio no tardó en sucumbir, en el 476. El poder visigodo en sus primeros momentos no solo se preocupó de pacificar la península, sino que ya dio los primeros pasos para reconstruir de alguna manera la
infraestructura urbana, al menos en algunos lugares claves como Mérida. A partir de este momento, el
dominio político y militar visigodo, que no la llegada de nueva población, supuso el inicio de una larga
etapa de relativa tranquilidad y reconstrucción, sólo jalonada por alguna revuelta de la nobleza hispana,
eminentemente católica, que en muchos casos llegó a independizarse, especialmente en el sur de la península. Los nuevos amos eran acérrimos arrianos, pero estaban muy alejados de Hispania y sólo prestaron verdadera atención a los asuntos de la península cuando tuvieron que refugiarse en ella después
de ser expulsados de las Galias por los francos en el 507. Pero esta instalación de nueva gente apenas repercutió en el área mediterránea. Además, durante el primer tercio del siglo VI tampoco se puede hablar
de un auténtico estado visigodo independiente, ya que estuvieron muy tutelados por sus «primos», los
ostrogodos de Italia, para atajar la expansión de los francos. Este periodo «ostrogodo» (507-548) supuso
también la llegada de gente de esta etnia para ocupar los puestos claves y hacerse cargo de la situación.
Uno de estos ostrogodos, Theudis, llegó a ser rey, disfrutando de un largo reinado (531-549). La larga
etapa que iría desde la ocupación nominal visigoda (472-473) a las guerras civiles que surgieron a la
muerte de Theudis, con la peligrosa aparición de los bizantinos, significaría un dilatado lapso de paz y
tranquilidad. Al mismo tiempo, se creó un cierto distanciamiento con el poder central, unido a la recuperación de muchas ciudades, promovida por el clero y la nobleza local, que ahora son casi la misma
cosa. Al mismo tiempo, se registró un aumento de la autonomía y poder de varias regiones, especialmente en la Baetica, pero en absoluto exclusivo de esta provincia. Pero, como ya hemos indicado, nada
concreto sabemos de la zona valenciana en estos años.
En estos momentos crecería la figura del obispo, asumiendo el papel de jefe de la ciudad. El más antiguo obispo valenciano conocido es el ilicitano Juan, entre 514-517, del que sabemos de su existencia
por su correspondencia con el Papa, aunque puede tratarse de una confusión con un prelado de Tarragona. De Valentia, la mención segura más antigua que tenemos de este cargo es la de Justiniano, ya de
mediados del siglo VI. Dentro del contexto hispano bajoimperial, Valentia fue una ciudad importante y,
además, en ella tuvo lugar el martirio de San Vicente, sin ninguna duda el mártir hispánico más destacado y admirado en la época. Por consiguiente, se podría suponer, con muy pocas dudas, que ya en el
siglo IV alcanzaría el rango episcopal, más aún, si tenemos en cuenta que la organización episcopal hispánica ya debió estar completada a inicios del siglo V. De hecho, cuando encontramos esa primera refe-
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rencia segura, la del obispo Justiniano, gran constructor de edificios, ya se nos presenta como una sede
bien consolidada y organizada, donde tiene lugar un Concilio de la provincia Carthaginensis. Por lo
tanto, ya debería hacer mucho tiempo que disponía del rango episcopal.
Estos obispos procedían de la antigua nobleza hispánica, que con el tiempo adoptó la nueva religión pero siguió manteniendo las riendas del poder político y económico a escala local, ocupando el
vacío dejado por la extinta administración imperial. Es interesante reseñar que tres hermanos de Justiniano también fueron obispos de otras tantas ciudades de la Tarraconense. Bastantes ciudades estarían
gobernadas de facto por sus obispos, manteniendo esporádicos contactos con un poder central distante
que solo apareció por el territorio valenciano a mediados del siglo VI para hacer frente a la invasión bizantina y acabar con la práctica situación de autonomía de la nobleza y el clero hispano. Los últimos
decenios del siglo V y la primera mitad del VI parece ser que fueron un periodo tranquilo y semiautónomo en el que se reconocía formalmente la autoridad del rey visigodo de Tolosa, muy alejado, y luego
de sus sucesores en Hispania, que estuvieron muy ocupados por sus problemas internos y sus luchas
con los vascones, los suevos de Galicia, los francos en las Galias y con los bizantinos en África.
LOS BIZANTINOS Y LA REACCIÓN VISIGODA
El período de estabilidad de la primera mitad del siglo VI supuso una pequeña «época dorada» para
la diócesis episcopal valentina y la detentación de una virtual independencia bajo el episcopado de Justiniano. Esta situación se vio desbaratada con el advenimiento de Agila (549-555) y el inicio de continuos
enfrentamientos internos por la sucesión al trono, cuya consecuencia más grave fue la conquista de una
parte de Hispania por los ejércitos imperiales (554) llamados por el usurpador Atanagildo.
Los bizantinos ocuparon una franja costera cuyo límite norte no está del todo claro. El pacto entre
Atanagildo y los imperiales posiblemente estableciera como límite septentrional de las posesiones
bizantinas el río Xúquer. En cualquier caso, Dianium formaría parte de la provincia bizantina de Spaniae y Valentia quedaría excluida de la misma.
No será hasta el reinado de Leovigildo (569-586) cuando se invierta la tendencia de continuado
desorden y quebranto territorial, gracias al afianzamiento del poder real. Leovigildo puso en marcha
una serie de campañas militares, paralelamente a una profunda reorganización interna del reino, di-
Basílica de El Monastil
(Elda, Alicante). [Fot. A.
Poveda].
Este interesante yacimiento de altura, que
domina la Via Augusta,
debió estar integrado en
la línea defensiva bizantina, protegiendo Ilici,
durante las guerras con
los visigodos. En él se
han hallado restos de
una pequeña iglesia y algunas piezas de su mobiliario litúrgico.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Cerámicas de época visigoda encontradas en Valentia. [Archivo SIAM].
El repertorio de formas de los alfares
visigodos es aun bastante desconocido.
Los numerosos hallazgos de Valencia
serán muy útiles a la hora de establecer
las pautas que regían la elaboración de
las cerámicas de esta época.
rigidas contra los bizantinos, la rebelde aristocracia hispanorromana de algunas ciudades y regiones
de la Bética y la Cartaginense, el católico Reino de los suevos, el cual anexionará, y contra los siempre insumisos vascones. El balance de estas operaciones fue positivo y así lo señaló el contemporáneo Juan de Bíclaro en su Crónica: «vuelve admirablemente a sus límites primitivos la provincia de
los godos, que por diversas rebeliones había sido disminuida». Fue durante el reinado de este monarca cuando Valentia quedó integrada en el Reino visigodo de Toledo.
Prueba fehaciente de esta integración es la aparición de un obispo arriano, Ubiligisclo, en la sede
episcopal valentina, que fue uno de los que abjuraron de la fe arriana en el III Concilio de Toledo del
año 589. Su existencia iría paralela a la presencia de tropas godas en la ciudad, consecuencia tanto de
la reciente incorporación de estos territorios al dominio efectivo, no solo nominal, del Reino visigodo, como de su situación de frontera frente a los bizantinos. Con la ocupación bizantina de una
parte del País Valenciano, éste se convierte en tierra de frontera y Valentia, el más importante núcleo
urbano de la zona, en el principal enclave frente a las aspiraciones imperiales.
Consolidadas las posiciones, desde un punto de vista territorial, tanto por parte de los visigodos
como de los bizantinos, algunos autores defienden el establecimiento de un limes, presente en otras
partes del Imperio, constituido por dos líneas defensivas sucesivas, formadas a partir de una serie de
ciudades fortificadas, normalmente sedes episcopales y asiento de una ceca, y otras fortificaciones menores, tipo castellum, articuladas en torno a calzadas estratégicas (Vía Augusta). Valencia y su territorio
cumplen con el esquema anterior y la investigación ha podido confirmar la creación de asentamientos
fortificados que responden al modelo militar y administrativo creado por el estado visigodo para la organización, control y defensa del territorio. Un ejemplo elocuente lo constituye el castro fortificado de
València la Vella, en Riba-roja de Túria, o la transformación del Circo de Valentia en un área fortificada,
ambos hechos puestos en relación con la llegada de contingentes militares godos.
En el sistema defensivo bizantino se podría incluir el yacimiento en altura de El Monastil, en
Elda, que podría ser un castellum que defendería Ilici, que sería el núcleo bizantino más importante
del actual territorio valenciano.
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Valencia vuelve a mencionarse a raíz del exilio del rebelde católico Hermenegildo (a. 584), hijo
corregente de Leovigildo sublevado en la Bética y peligrosamente aliado con los bizantinos. Su estancia fue corta puesto que al año siguiente fue asesinado en la ciudad de Tarragona. El conflicto religioso entre arrianos y católicos terminó oficialmente con el III Concilio de Toledo en el año 589, que
significó la unidad bajo la fe católica.
EL SIGLO VII
A finales del siglo VI Toledo creó las sedes episcopales de Elo y Begastri para regir los destinos espirituales y temporales de los territorios conquistados a los bizantinos y que pertenecían a las sedes
de Ilici y Carthago Spartaria, todavía en manos bizantinas.
Desde el reinado de Leovigildo, por su ubicación fronteriza fue muy importante el papel estratégico y militar jugado por Valencia, que se mantuvo hasta la definitiva expulsión de los bizantinos,
tal como parece apuntar la emisión de moneda por parte de algunos monarcas (Gundemaro, Sisebuto, Suintila) en Saguntum y Valentia, emisiones que coinciden con el momento de mayor presión
visigoda frente a los bizantinos, que culminó con la destrucción de Cartagena en el 625, capital de la
provincia bizantina de Spania.
Con anterioridad, la sede de Saetabis estaba ya en manos de los visigodos desde época de Leovigildo, pues su veterano obispo Mutto firmó en el III Concilio de Toledo del 589. Las otras dos sedes
episcopales, Ilici y Dianium, parece que permanecieron bajo dominio bizantino hasta el último momento de la presencia imperial en Hispania. Ilici no aparece representada hasta el IV Concilio de Toledo del 633 y Dianium algo más tarde, en el V Concilio de Toledo del 636. Como ya apuntara en su
día el Dr. Llobregat, la importancia del puerto de Dianium sería un factor esencial en el mantenimiento de los bizantinos hasta el final.
La actividad comercial con el Mediterráneo, mayoritariamente ocupado por los imperiales, no
se interrumpió durante la ocupación bizantina y se constata su mantenimiento hasta después de su
expulsión de Hispania. Los asentamientos costeros fueron los principales destinatarios de los inter-
Triente de Gundemaro acuñado en Sagunto. [Gabinet Numismàtic de Catalunya].
La única referencia de la existencia de Saguntum durante el período visigodo nos la proporciona alguna rara
moneda de oro acuñada en la ciudad a lo largo del siglo VII. Tal vez se trate de emisiones relacionadas con tropas acantonadas aquí ante la amenaza bizantina.
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cambios comerciales. A parte de las ciudades ya se detecta, desde el siglo IV, un florecimiento de estos asentamientos a lo largo del litoral, principalmente abundantes al sur de Valencia. Algunos de
ellos, Punta de l’Illa (Cullera), Punta de l’Arenal (Xàbia), Baños de la Reina (Calp), Barrio de Benalúa (Alicante), Portus Ilicitanus (Santa Pola),...y otros peor conocidos, se mantienen activos durante
los siglos VI y VII.
La distribución de productos importados, principalmente las últimas producciones de vajilla
fina de mesa africana (sigillata), algunas cerámicas de cocina y ánforas, es un fenómeno propio de
las zonas costeras, tanto de ciudades como de monasterios y castros fortificados, asentamientos
vinculados a las élites urbanas, civiles, militares o eclesiásticas. La principal zona de aprovisionamiento fue el norte de África, que exportó las últimas cerámicas finas de mesa, la Africana D, ánforas que transportaban aceite y vino, y cerámica de cocina. Del Mediterráneo oriental llegaron ánforas de vino de Palestina y Siria y más esporádicamente, ungüentarios (Late Roman Unguentarium),
vajilla de mesa y de cocina.
Las últimas investigaciones en Valencia aún documentan materiales importados de la segunda
mitad del siglo VII, similares a los aparecidos en Roma, Marsella o Tarraco, como los últimos contenedores cilíndricos norteafricanos (Keay VIII, LXI, LXII), ánforas «globulares de fondo umbilicado», spatheia de reducidas dimensiones, formas tardías de Africana D (Hayes 91D, 109 B) y ollas
«Constantinople ware».
El final del Reino visigodo, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo VII, estuvo marcado
por una serie de calamidades de las cuales se hace amplio eco las crónicas de la época, la legislación y
los cánones de los concilios. Sequía, malas cosechas, plagas de langosta, episodios cíclicos de la terrible
peste bubónica, hambres, y algunos episodios bélicos, principalmente contra los vecinos del norte, los
francos y vascones, y esporádicamente alguna escaramuza naval contra los bizantinos.
Uno de los problemas más graves fue la inestabilidad política, con continuos
y violentos problemas sucesorios protagonizados por diversos clanes familiares, y una clara y evidente ruptura social: problemas con los judíos, esclavos
fugitivos, bandolerismo, militarización de la vida civil y creciente autonomía
de la poderosa nobleza en un incipiente proceso de feudalización.
TEODOMIRO Y SU ÉPOCA
Fueron estos problemas sucesorios los que aceleraron el final
del Reino visigodo y la posterior conquista musulmana. La muerte
de Witiza en el 710 sin asociar al gobierno a ninguno de sus hijos,
ocasionó el intento de su familia de retener el trono. Tal pretensión
de sucesión dinástica en la figura de Akhila, hijo mayor del difunto Witiza, no prosperó debido a la enérgica oposición de una
buena parte de la nobleza visigoda, partidaria de la designación
real por elección, a pesar de que el joven Akhila logrará establecerse
en el nordeste, llegando a acuñar moneda. Mientras tanto, la asamblea
electiva designó a Rodrigo como rey. Los witizanos, por su parte, reclamaron la ayuda de los árabes para conseguir sus pretensiones políticas, ac-
Anillo procedente de El Romaní (Sollana, Valencia) de una tumba de época visigoda.
[Museo de Prehistoria de Valencia].
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ción que no era extraña en la historia del Reino visigodo hispánico, con fatales precedentes en
época de Atanagildo y Sisenando que propiciaron la invasión del reino por los bizantinos y los
francos, respectivamente. La llegada del ejército árabe pilló por sorpresa a Rodrigo que fue derrotado y muerto en Guadalete.
La conquista musulmana se sucedió de manera fulminante y los hijos de Witiza y sus partidarios actuaron de acuerdo con los árabes, facilitando la toma o rendición de las ciudades más importantes del reino, a cambio de conservar la posesión de sus bienes patrimoniales. En las ciudades importantes que capitularon los visigodos conservaron sus bienes, además de su propia
organización política, religiosa y social, a cambio debieron tributar lo que la ley islámica imponía
a los no musulmanes.
En el sudeste de la península tuvo lugar uno de estos pactos entre un personaje visigodo, Teodomiro, y ‘Abd al-‘Aziz, que supuso la continuidad, durante algún tiempo, de las estructuras visigodas
hasta el inicio de la islamización del territorio, proceso que en esta zona no sería anterior al siglo IX.
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Al igual que para las etapas anteriores, son muy escasas las fuentes históricas, por lo que hay que
recurrir a un marco genérico para describir este momento. El paso del Alto al Bajo imperio romano
viene marcado por el debate histórico-arqueológico en torno a la llamada crisis del siglo III, largo periodo convulsivo cerrado por las reformas de Diocleciano y Constantino, que configuraron una organización política, social, económica y religiosa muy distinta a la del mundo romano clásico. Otro
paso de este proceso será la reorganización territorial plasmada en la nueva división provincial de
Diocleciano, por la que parte del País Valenciano se segregó de la Tarraconense y pasó a la nueva
provincia Cartaginense. Los antiguos territorios de los contestanos y edetanos se adscribieron a Cartagena, mientras él de los ilergavones dependió de Tarragona. Estos límites provinciales se mantendrán a lo largo del periodo tardoantiguo.
El único hecho histórico que conocemos para el siglo IV es el martirio de San Vicente, lo que indicaría que a principios del siglo IV Valentia debió ser un importante centro administrativo, como también dejan de manifiesto los hallazgos arqueológicos. En el territorio valenciano, pues, solo se dispone de la arqueología para conocer los avatares de esta etapa cambiante, aunque son muy pocos los
lugares que proporcionan información destacable. En Valentia e Ilici se vienen detectando reiterados
episodios destructivos similares. En otros núcleos urbanos, caso de Edeta y Saguntum, la escasez de
datos arqueológicos con posterioridad al siglo III, habla de la crisis urbana que se produjo a fines del
siglo III. La abundancia de ocultaciones monetarias entre los años 260-280 es un buen indicador de la
extensión de esta inestabilidad.
Valentia e Ilici no tardaron mucho en superar esta fase convulsiva. La arqueología ha demostrado
en ambas la rápida recuperación de la vida urbana tras la indudable debacle del siglo III. Sin embargo, no se produjo una mera reconstrucción de la dañada ciudad, sino que en la nueva Valentia
que surgió, encontramos tanto elementos de continuidad como de ruptura con respecto a la anterior.
Una temprana prueba sería la presencia en la ciudad del legatus iuridicus de la Tarraconensis, Allius
Maximus, que en el año 281 le dedica una inscripción al emperador Probo en el foro de Valentia. Este
personaje, el último que conocemos de la Valencia romana, pudo estar en relación con la inmediata
recuperación del pulso de la vida urbana, después del funesto periodo de los años 270-280. Pero esta
inscripción también enlazaría con el proceso de mayor control del poder central y la consiguiente
pérdida de poder y autonomía de las ciudades, rasgo característico de este periodo. La epigrafía sa-
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Niveles tardíos del Grau Vell de Sagunt. [Fot. I. Caruana].
Durante los siglos IV y V florecieron varios establecimientos portuarios del litoral valenciano, como el Grau Vell de Sagunt, el Portus Sucronensis, bajo la actual Cullera, y el Portus Illicitanus, en Santa Pola.
guntina aun registra una dedicación al emperador Carino en el 283, la última que se conoce en esta
ciudad. Aunque hay muy poca información de la Saguntum de los siglos IV-V, llegándose a dudar de
su continuidad como sede urbana, las excavaciones en su puerto marítimo, el Grau Vell, manifiestan
una continua actividad edilicia y comercial durante el siglo IV y parte del V.
Saetabis y Dianium son parcas en noticias para esta época, pero su aparición en la etapa visigoda
como centros episcopales sugeriría su perduración a lo largo de estos siglos. Por el contrario, el silencio arqueológico e histórico que se cierne sobre Lesera, Edeta o Lucentum, permite suponer su desaparición o su conversión en pequeños núcleos rurales adscritos al territorio de otra ciudad. La arqueología ilicitana, con su basílica, erróneamente identificada con una sinagoga, también demuestra la
continuidad de la ciudad, que junto al Portus Ilicitanus, constituye una de las zonas más dinámicas
de esta época.
Coincidiendo, no casualmente, con la reducción del tamaño o la desaparición de las anteriores
ciudades romanas, se asiste al desarrollo de grandes villas rurales, por parte de las anteriores elites
urbana, poco dispuestas ahora a subvencionar los gastos públicos. Una buena muestra de estas residencias bajoimperiales la tenemos en «Els Banyets de la Reina» de Calp, en el Albir (Alfas del Pí) o la
Torre de Xauxelles (la Vila Joiosa).
Pero si del siglo IV sólo conocemos el dato histórico del martirio de San Vicente, para todo el País
Valenciano, con excepción del ataque vándalo al Portus Ilicitanus, no tenemos ninguna referencia histórica ni epigráfica del siglo V. No disponemos de información de temas tan importantes como del momento de la instauración de las sedes episcopales, que tuvo lugar en esta etapa, o de las destrucciones
a manos de los bárbaros, que a partir del 409 atravesaron los Pirineos y durante varios años se dedicaron a saquear Hispania, ..urbes incendunt.. dicen las fuentes al referirse a estos trágicos hechos. La provincia Tarraconense, especialmente su parte litoral, estuvo más o menos a salvo de estas correrías y se
consiguió mantener en manos del Imperio de Occidente casi hasta su final, siendo solo hacia los años
472-473 ocupada por los visigodos del rey Eurico. Entre el 410 y el 420 existen numerosos testimonios
de la huida de muchos hispanos de las clases acomodadas, especialmente al norte de África.
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El Imperio, muy ocupado con las invasiones en Italia y luego por los hunos de Atila, no pudo
prestar mucha atención a Hispania. Los vándalos se acabaron instalando en Karthago y se convirtieron en la potencia marítima preponderante del Mediterráneo occidental, saqueando Roma en el 455
y dominando Córcega, Cerdeña, Sicilia y las Baleares. Se conoce el ataque que la flota vándala llevó
a cabo en el año 460 contra la escuadra imperial surta en el Portus Illicitanus (Santa Pola), de resultas
del cual fueron destruidos los navíos romanos y destituido el mismo emperador Mayoriano, que
precisamente anduvo por estas tierras reuniendo un ejercito para atacar a los vándalos, que acabaron por anticiparse a sus intenciones. Este incidente refleja que la zona litoral hispana permaneció
bajo dominio romano casi hasta el final del Imperio de Occidente.
A pesar de todos estos episodios bélicos, los hallazgos arqueológicos manifiestan cierta continuidad de las relaciones comerciales con el norte de África y el Oriente Mediterráneo, que sólo se restablecieron plenamente a partir de las ultimas décadas del siglo V y se mantuvieron durante el VI y
parte del VII.
Los datos arqueológicos del siglo V son eminentemente destructivos. Sería el caso de dos edificios públicos y un pozo de Valentia, que fueron arrasados en la primera mitad del siglo V por un incendio. En uno se encontró un pequeño tesoro de 88 monedas de bronce, las más modernas de los
emperadores Arcadio (402-408) y Honorio (410-423). El circo de Valentia presenta indicios del abandono de su actividad original, lo que coincide con las fuentes, que se refieren a que hacia el 445 en la
mayor parte de las ciudades de Hispania
habían cesado los juegos de circo y teatro.
Aún hay alguna aislada referencia a la
reinstalación de estas actividades lúdicas
en el siglo VI, en concreto en Caesaraugusta
y a principios del siglo VII, cuando el rey
visigodo Sisebuto reprendió al obispo de
Tarragona por su desmedida afición a las
representaciones teatrales y a los juegos
con animales, pero éstas serían ya las excepciones que confirman la regla.
En otros yacimientos también se constatan episodios coetáneos similares, como
el Grau Vell, el puerto de Saguntum, que
acaba sus días en la primera mitad del siglo V, como atestiguan las monedas y las
cerámicas de su momento final. En Ilici
también se ha encontrado una ocultación
numismática y de joyas de los primeros
años del siglo V, con 3 monedas de oro, asimismo de Honorio y Arcadio, que se han
relacionado con el paso de los bárbaros. A
lo largo de toda Hispania, las numerosísiLa villa de Banys de la Reina (Calp, Alicante).
[Fot. J.M. Abascal – R. Cebrián].
El Bajo Imperio fue una época de auge de las
grandes residencias y factorías rurales, como la
recientemente excavada en el litoral de Calp.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
mas ocultaciones de monedas de inicios del siglo V
son la mejor prueba de la gran inseguridad existente
en este periodo.
Empiezan a haber indicios claros que el País Valenciano sufrió algún episodio destructivo a lo largo
del siglo V, sin que se pueda precisar aún ni el momento exacto ni, por consiguiente, la causa concreta
de esta catástrofe.
LOS INICIOS DEL DOMINIO VISIGODO
La expedición de los visigodos del rey Eurico en el
472, asentados en el sur de Francia y enfrentados a lo
que quedaba del poder romano, acabó con la sumisión
Pendiente procedente de Els Charcons (Montserrat,
de las últimas posesiones hispanas del agonizante ImValencia). Siglos VI-VII. [Museo de Prehistoria de Valencia].
perio romano de Occidente. Solo hubo cierta resistencia
entre los aristócratas romanos de Tarraco y Dertosa. El
Imperio no tardó en sucumbir, en el 476. El poder visigodo en sus primeros momentos no solo se preocupó de pacificar la península, sino que ya dio los primeros pasos para reconstruir de alguna manera la
infraestructura urbana, al menos en algunos lugares claves como Mérida. A partir de este momento, el
dominio político y militar visigodo, que no la llegada de nueva población, supuso el inicio de una larga
etapa de relativa tranquilidad y reconstrucción, sólo jalonada por alguna revuelta de la nobleza hispana,
eminentemente católica, que en muchos casos llegó a independizarse, especialmente en el sur de la península. Los nuevos amos eran acérrimos arrianos, pero estaban muy alejados de Hispania y sólo prestaron verdadera atención a los asuntos de la península cuando tuvieron que refugiarse en ella después
de ser expulsados de las Galias por los francos en el 507. Pero esta instalación de nueva gente apenas repercutió en el área mediterránea. Además, durante el primer tercio del siglo VI tampoco se puede hablar
de un auténtico estado visigodo independiente, ya que estuvieron muy tutelados por sus «primos», los
ostrogodos de Italia, para atajar la expansión de los francos. Este periodo «ostrogodo» (507-548) supuso
también la llegada de gente de esta etnia para ocupar los puestos claves y hacerse cargo de la situación.
Uno de estos ostrogodos, Theudis, llegó a ser rey, disfrutando de un largo reinado (531-549). La larga
etapa que iría desde la ocupación nominal visigoda (472-473) a las guerras civiles que surgieron a la
muerte de Theudis, con la peligrosa aparición de los bizantinos, significaría un dilatado lapso de paz y
tranquilidad. Al mismo tiempo, se creó un cierto distanciamiento con el poder central, unido a la recuperación de muchas ciudades, promovida por el clero y la nobleza local, que ahora son casi la misma
cosa. Al mismo tiempo, se registró un aumento de la autonomía y poder de varias regiones, especialmente en la Baetica, pero en absoluto exclusivo de esta provincia. Pero, como ya hemos indicado, nada
concreto sabemos de la zona valenciana en estos años.
En estos momentos crecería la figura del obispo, asumiendo el papel de jefe de la ciudad. El más antiguo obispo valenciano conocido es el ilicitano Juan, entre 514-517, del que sabemos de su existencia
por su correspondencia con el Papa, aunque puede tratarse de una confusión con un prelado de Tarragona. De Valentia, la mención segura más antigua que tenemos de este cargo es la de Justiniano, ya de
mediados del siglo VI. Dentro del contexto hispano bajoimperial, Valentia fue una ciudad importante y,
además, en ella tuvo lugar el martirio de San Vicente, sin ninguna duda el mártir hispánico más destacado y admirado en la época. Por consiguiente, se podría suponer, con muy pocas dudas, que ya en el
siglo IV alcanzaría el rango episcopal, más aún, si tenemos en cuenta que la organización episcopal hispánica ya debió estar completada a inicios del siglo V. De hecho, cuando encontramos esa primera refe-
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
rencia segura, la del obispo Justiniano, gran constructor de edificios, ya se nos presenta como una sede
bien consolidada y organizada, donde tiene lugar un Concilio de la provincia Carthaginensis. Por lo
tanto, ya debería hacer mucho tiempo que disponía del rango episcopal.
Estos obispos procedían de la antigua nobleza hispánica, que con el tiempo adoptó la nueva religión pero siguió manteniendo las riendas del poder político y económico a escala local, ocupando el
vacío dejado por la extinta administración imperial. Es interesante reseñar que tres hermanos de Justiniano también fueron obispos de otras tantas ciudades de la Tarraconense. Bastantes ciudades estarían
gobernadas de facto por sus obispos, manteniendo esporádicos contactos con un poder central distante
que solo apareció por el territorio valenciano a mediados del siglo VI para hacer frente a la invasión bizantina y acabar con la práctica situación de autonomía de la nobleza y el clero hispano. Los últimos
decenios del siglo V y la primera mitad del VI parece ser que fueron un periodo tranquilo y semiautónomo en el que se reconocía formalmente la autoridad del rey visigodo de Tolosa, muy alejado, y luego
de sus sucesores en Hispania, que estuvieron muy ocupados por sus problemas internos y sus luchas
con los vascones, los suevos de Galicia, los francos en las Galias y con los bizantinos en África.
LOS BIZANTINOS Y LA REACCIÓN VISIGODA
El período de estabilidad de la primera mitad del siglo VI supuso una pequeña «época dorada» para
la diócesis episcopal valentina y la detentación de una virtual independencia bajo el episcopado de Justiniano. Esta situación se vio desbaratada con el advenimiento de Agila (549-555) y el inicio de continuos
enfrentamientos internos por la sucesión al trono, cuya consecuencia más grave fue la conquista de una
parte de Hispania por los ejércitos imperiales (554) llamados por el usurpador Atanagildo.
Los bizantinos ocuparon una franja costera cuyo límite norte no está del todo claro. El pacto entre
Atanagildo y los imperiales posiblemente estableciera como límite septentrional de las posesiones
bizantinas el río Xúquer. En cualquier caso, Dianium formaría parte de la provincia bizantina de Spaniae y Valentia quedaría excluida de la misma.
No será hasta el reinado de Leovigildo (569-586) cuando se invierta la tendencia de continuado
desorden y quebranto territorial, gracias al afianzamiento del poder real. Leovigildo puso en marcha
una serie de campañas militares, paralelamente a una profunda reorganización interna del reino, di-
Basílica de El Monastil
(Elda, Alicante). [Fot. A.
Poveda].
Este interesante yacimiento de altura, que
domina la Via Augusta,
debió estar integrado en
la línea defensiva bizantina, protegiendo Ilici,
durante las guerras con
los visigodos. En él se
han hallado restos de
una pequeña iglesia y algunas piezas de su mobiliario litúrgico.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
Cerámicas de época visigoda encontradas en Valentia. [Archivo SIAM].
El repertorio de formas de los alfares
visigodos es aun bastante desconocido.
Los numerosos hallazgos de Valencia
serán muy útiles a la hora de establecer
las pautas que regían la elaboración de
las cerámicas de esta época.
rigidas contra los bizantinos, la rebelde aristocracia hispanorromana de algunas ciudades y regiones
de la Bética y la Cartaginense, el católico Reino de los suevos, el cual anexionará, y contra los siempre insumisos vascones. El balance de estas operaciones fue positivo y así lo señaló el contemporáneo Juan de Bíclaro en su Crónica: «vuelve admirablemente a sus límites primitivos la provincia de
los godos, que por diversas rebeliones había sido disminuida». Fue durante el reinado de este monarca cuando Valentia quedó integrada en el Reino visigodo de Toledo.
Prueba fehaciente de esta integración es la aparición de un obispo arriano, Ubiligisclo, en la sede
episcopal valentina, que fue uno de los que abjuraron de la fe arriana en el III Concilio de Toledo del
año 589. Su existencia iría paralela a la presencia de tropas godas en la ciudad, consecuencia tanto de
la reciente incorporación de estos territorios al dominio efectivo, no solo nominal, del Reino visigodo, como de su situación de frontera frente a los bizantinos. Con la ocupación bizantina de una
parte del País Valenciano, éste se convierte en tierra de frontera y Valentia, el más importante núcleo
urbano de la zona, en el principal enclave frente a las aspiraciones imperiales.
Consolidadas las posiciones, desde un punto de vista territorial, tanto por parte de los visigodos
como de los bizantinos, algunos autores defienden el establecimiento de un limes, presente en otras
partes del Imperio, constituido por dos líneas defensivas sucesivas, formadas a partir de una serie de
ciudades fortificadas, normalmente sedes episcopales y asiento de una ceca, y otras fortificaciones menores, tipo castellum, articuladas en torno a calzadas estratégicas (Vía Augusta). Valencia y su territorio
cumplen con el esquema anterior y la investigación ha podido confirmar la creación de asentamientos
fortificados que responden al modelo militar y administrativo creado por el estado visigodo para la organización, control y defensa del territorio. Un ejemplo elocuente lo constituye el castro fortificado de
València la Vella, en Riba-roja de Túria, o la transformación del Circo de Valentia en un área fortificada,
ambos hechos puestos en relación con la llegada de contingentes militares godos.
En el sistema defensivo bizantino se podría incluir el yacimiento en altura de El Monastil, en
Elda, que podría ser un castellum que defendería Ilici, que sería el núcleo bizantino más importante
del actual territorio valenciano.
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
Valencia vuelve a mencionarse a raíz del exilio del rebelde católico Hermenegildo (a. 584), hijo
corregente de Leovigildo sublevado en la Bética y peligrosamente aliado con los bizantinos. Su estancia fue corta puesto que al año siguiente fue asesinado en la ciudad de Tarragona. El conflicto religioso entre arrianos y católicos terminó oficialmente con el III Concilio de Toledo en el año 589, que
significó la unidad bajo la fe católica.
EL SIGLO VII
A finales del siglo VI Toledo creó las sedes episcopales de Elo y Begastri para regir los destinos espirituales y temporales de los territorios conquistados a los bizantinos y que pertenecían a las sedes
de Ilici y Carthago Spartaria, todavía en manos bizantinas.
Desde el reinado de Leovigildo, por su ubicación fronteriza fue muy importante el papel estratégico y militar jugado por Valencia, que se mantuvo hasta la definitiva expulsión de los bizantinos,
tal como parece apuntar la emisión de moneda por parte de algunos monarcas (Gundemaro, Sisebuto, Suintila) en Saguntum y Valentia, emisiones que coinciden con el momento de mayor presión
visigoda frente a los bizantinos, que culminó con la destrucción de Cartagena en el 625, capital de la
provincia bizantina de Spania.
Con anterioridad, la sede de Saetabis estaba ya en manos de los visigodos desde época de Leovigildo, pues su veterano obispo Mutto firmó en el III Concilio de Toledo del 589. Las otras dos sedes
episcopales, Ilici y Dianium, parece que permanecieron bajo dominio bizantino hasta el último momento de la presencia imperial en Hispania. Ilici no aparece representada hasta el IV Concilio de Toledo del 633 y Dianium algo más tarde, en el V Concilio de Toledo del 636. Como ya apuntara en su
día el Dr. Llobregat, la importancia del puerto de Dianium sería un factor esencial en el mantenimiento de los bizantinos hasta el final.
La actividad comercial con el Mediterráneo, mayoritariamente ocupado por los imperiales, no
se interrumpió durante la ocupación bizantina y se constata su mantenimiento hasta después de su
expulsión de Hispania. Los asentamientos costeros fueron los principales destinatarios de los inter-
Triente de Gundemaro acuñado en Sagunto. [Gabinet Numismàtic de Catalunya].
La única referencia de la existencia de Saguntum durante el período visigodo nos la proporciona alguna rara
moneda de oro acuñada en la ciudad a lo largo del siglo VII. Tal vez se trate de emisiones relacionadas con tropas acantonadas aquí ante la amenaza bizantina.
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ROMANOS Y VISIGODOS EN TIERRAS VALENCIANAS
cambios comerciales. A parte de las ciudades ya se detecta, desde el siglo IV, un florecimiento de estos asentamientos a lo largo del litoral, principalmente abundantes al sur de Valencia. Algunos de
ellos, Punta de l’Illa (Cullera), Punta de l’Arenal (Xàbia), Baños de la Reina (Calp), Barrio de Benalúa (Alicante), Portus Ilicitanus (Santa Pola),...y otros peor conocidos, se mantienen activos durante
los siglos VI y VII.
La distribución de productos importados, principalmente las últimas producciones de vajilla
fina de mesa africana (sigillata), algunas cerámicas de cocina y ánforas, es un fenómeno propio de
las zonas costeras, tanto de ciudades como de monasterios y castros fortificados, asentamientos
vinculados a las élites urbanas, civiles, militares o eclesiásticas. La principal zona de aprovisionamiento fue el norte de África, que exportó las últimas cerámicas finas de mesa, la Africana D, ánforas que transportaban aceite y vino, y cerámica de cocina. Del Mediterráneo oriental llegaron ánforas de vino de Palestina y Siria y más esporádicamente, ungüentarios (Late Roman Unguentarium),
vajilla de mesa y de cocina.
Las últimas investigaciones en Valencia aún documentan materiales importados de la segunda
mitad del siglo VII, similares a los aparecidos en Roma, Marsella o Tarraco, como los últimos contenedores cilíndricos norteafricanos (Keay VIII, LXI, LXII), ánforas «globulares de fondo umbilicado», spatheia de reducidas dimensiones, formas tardías de Africana D (Hayes 91D, 109 B) y ollas
«Constantinople ware».
El final del Reino visigodo, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo VII, estuvo marcado
por una serie de calamidades de las cuales se hace amplio eco las crónicas de la época, la legislación y
los cánones de los concilios. Sequía, malas cosechas, plagas de langosta, episodios cíclicos de la terrible
peste bubónica, hambres, y algunos episodios bélicos, principalmente contra los vecinos del norte, los
francos y vascones, y esporádicamente alguna escaramuza naval contra los bizantinos.
Uno de los problemas más graves fue la inestabilidad política, con continuos
y violentos problemas sucesorios protagonizados por diversos clanes familiares, y una clara y evidente ruptura social: problemas con los judíos, esclavos
fugitivos, bandolerismo, militarización de la vida civil y creciente autonomía
de la poderosa nobleza en un incipiente proceso de feudalización.
TEODOMIRO Y SU ÉPOCA
Fueron estos problemas sucesorios los que aceleraron el final
del Reino visigodo y la posterior conquista musulmana. La muerte
de Witiza en el 710 sin asociar al gobierno a ninguno de sus hijos,
ocasionó el intento de su familia de retener el trono. Tal pretensión
de sucesión dinástica en la figura de Akhila, hijo mayor del difunto Witiza, no prosperó debido a la enérgica oposición de una
buena parte de la nobleza visigoda, partidaria de la designación
real por elección, a pesar de que el joven Akhila logrará establecerse
en el nordeste, llegando a acuñar moneda. Mientras tanto, la asamblea
electiva designó a Rodrigo como rey. Los witizanos, por su parte, reclamaron la ayuda de los árabes para conseguir sus pretensiones políticas, ac-
Anillo procedente de El Romaní (Sollana, Valencia) de una tumba de época visigoda.
[Museo de Prehistoria de Valencia].
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EL FINAL DEL MUNDO ROMANO Y EL PERIODO VISIGODO (SIGLOS IV-VIII) • ALBERT V. RIBERA Y MIQUEL ROSSELLÓ
ción que no era extraña en la historia del Reino visigodo hispánico, con fatales precedentes en
época de Atanagildo y Sisenando que propiciaron la invasión del reino por los bizantinos y los
francos, respectivamente. La llegada del ejército árabe pilló por sorpresa a Rodrigo que fue derrotado y muerto en Guadalete.
La conquista musulmana se sucedió de manera fulminante y los hijos de Witiza y sus partidarios actuaron de acuerdo con los árabes, facilitando la toma o rendición de las ciudades más importantes del reino, a cambio de conservar la posesión de sus bienes patrimoniales. En las ciudades importantes que capitularon los visigodos conservaron sus bienes, además de su propia
organización política, religiosa y social, a cambio debieron tributar lo que la ley islámica imponía
a los no musulmanes.
En el sudeste de la península tuvo lugar uno de estos pactos entre un personaje visigodo, Teodomiro, y ‘Abd al-‘Aziz, que supuso la continuidad, durante algún tiempo, de las estructuras visigodas
hasta el inicio de la islamización del territorio, proceso que en esta zona no sería anterior al siglo IX.
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